Su modo de entender el urbanismo y la arquitectura, la vida en definitiva, se aprecia en el nuevo ensanche bilbaino, en Ametzola, en ese edificio de la calle Jaén distinto a todo. La pandemia ha espoleado otra de las pasiones de Marta Miret (Zaragoza, 1981), la de comunicar y el resultado ha sido un libro de reflexiones para animar a recapacitar y a razonar: “Recuerdo pasear las calles desiertas, mirar su arquitectura como siempre, pero ahora de otro modo. No miraba los objetos, ni siquiera cómo se relaciona y vive la gente en el espacio. Buscaba resquicios de vida”. “¿Por qué no aparecemos en los equipos que generan los nuevos protocolos?”, plantea.
¿Pensó en sus arquitecturas durante el confinamiento?
—A veces al asomarme a aplaudir o cuando miraba los edificios para encontrar resquicios de vida a través de sus ventanas, me consolaba pensar que en la arquitectura que yo hice, sus habitantes se sentían cómodos y cuidados en sus hogares. Y así me lo hicieron saber muchos.
Dice en su libro que es el momento de una profunda reflexión en el mundo de la arquitectura…